miércoles, 17 de noviembre de 2010

REPÚBLICA DE WEIMAR. LITERATURA ENTRE GUERRAS

STEFAN ZWEIG
EL MUNDO DE AYER

El mundo de ayer. Memorias de un europeo
“La edad de oro de la seguridad” Así define Stefan Zweig la Europa que precedió a la primera guerra mundial y en la que él creció, una época que pronto echaría de menos y que fue engullida por todo lo que ya sabemos. De cómo desapareció ese “mundo de ayer” es de lo que tratan estas memorias, que en realidad quieren ser el relato de la derrota de la civilización, y de cómo la cultura sucumbió ante los instintos. Zweig las escribió en 1940 y en tierra extraña, desposeído, con sus obras prohibidas en su país, después de haber conocido el éxito y la fama. Poco después se suicidaría.



Sobra decir que la vida de Zweig había sido hasta entonces la de un privilegiado. Nacido en una familia de la alta burguesía vienesa, la narración de sus primeros años no es sólo el aprendizaje de un escritor, o la formación de un intelectual, sino un repaso a la cultura europea de principios de siglo: los nombres de Rilke, Freud, Rodin, Strauss, Hoffmansthal, Schnitzler, junto a otros ya más pasados como Rolland o Verhaeren, atraviesan el libro como tal cosa, y hacen de él mucho más que el mero recuerdo de una vida privada.

Aún así, lo más interesante no es el retrato de estos personajes, sino la nostálgica descripción del Imperio Austrohúngaro, la mítica Kakania que para Zweig condensaba lo mejor del espíritu europeo. Los capítulos iniciales dedicados a la educación, las costumbres y la vida sexual de la época valen la pena por si solos. Pero la intención del libro no es sólo intentar demostrar, ya en 1940, que hubo una vez un periodo de paz en Europa en el que la confianza, la esperanza y la seguridad eran la norma, sino contraponer esos días tranquilos a la tormenta que recorrerá Europa desde 1914. Todavía en el verano de ese año, Zweig pensaba que no había un tiempo que diese más razones para el optimismo y para que se alcanzase la “unidad espiritual” del continente, el fin último al que aspiraba.

Luego llegará la guerra, el regreso de los soldados a páíses recién creados, el intervalo de entreguerras en el que la confianza parece recuperarse y por último el ascenso de los nazis y la nueva guerra que Zweig apenas verá comenzar, ya en una situación penosa. Lo digo de pasada pero son muchas páginas de un total de 500 largas que se leen de un tirón, no ya por los temas tratados sino por el estilo claro de Zweig, que además es testigo de momentos cruciales de la Historia con mayúsculas: el exilio del emperador Carlos I, las primeras acciones fascistas en Italia, las primeras camisas pardas, los aplausos socialdemócratas a los nazis en el Reichstag, el parlamento británico celebrando el inútil papel que trajo Chamberlain y muchas escenas más de la historia de Europa, vistas por alguien para quien esa palabra designa más una manera de ver el mundo que unos límites geográficos. Algunos retratos, como el del ambiente de la Alemania de entreguerras, son realmente vívidos y creo que ayudan entender mucho de lo que vino después. Y algunas anécdotas, como los favores persónales que le prodigó el mismo Mussolini, dan idea del relieve que tenía quien nos habla.

Aparte queda, por supuesto, la tragedia personal del autor, que descubre a palos que una cosa es ser cosmopolita y otra apátrida, despreciado por su condición de judío. Muchas cosas han pasado desde aquel mundo ingenuo que conoció, en el que no existían los pasaportes, a la Europa que le expulsa, pero hay una que él destaca sobre todas ellas: la maldición de los nacionalismos, que han destruido la libertad individual como logro europeo.

En resumen, un libro muy recomendable y en el que desde la primer página reconoces a un buen escritor.

Vale, hasta ahí todo bien, pero a uno le queda la duda de que Zweig no haya visto la Europa de sus días desde una torre de marfil que le acabaron cortando por la base. Me explico: ¿Realmente fue el periodo 1870 � 1914 la época dorada de la seguridad y la confianza? No cabe duda de que en Europa tuvo lugar un gran progreso material, de que la ciencia avanzó en años más que siglos o de que la juventud se liberó de muchos corsés, pero no encaja que en un mundo libre y abierto aparezcan como de la nada todo tipo de tiranías de izquierda y derecha, como si fuese una catástrofe natural. Me parece significativo que esa época de la seguridad sea para Walter Benjamín, alemán, judío, y que también se suicidaría casi al tiempo que Zweig, un mundo de inseguridad, decadencia y descomposición.

Pues ¿sobre quien se construyó ese progreso? Es evidente que el mundo de Zweig no es el de las fábricas o el de las colonias. En esos años de “seguridad” se forjaron los grandes movimientos de masas que denunciaban la miseria y la explotación del hombre por el hombre, Europa vivió migraciones masivas motivadas por la pobreza, y en general la desconfianza hacia los regímenes parlamentarios y el sistema capitalista creció a pesar de – o a causa de – unos progresos de los que no se beneficiaban todos. Al margen de lo que ocurriese en España � de la que poco se habla-, o de “anécdotas” como el inicio del genocidio armenio, en 1900 Italia vio como un anarquista mataba al rey Umberto de Saboya, y un año después otro anarquista acababa de un bombazo con el presidente de los EEUU, McKinley. ¿De verdad eran años tan idílicos? Llevándolo al extremo, los crímenes nazis que sufrió Zweig y que partían de hacer ley de las diferencias raciales ¿eran crímenes por ello o porque Hitler no hablaba de poblaciones indígenas, sino de poblaciones blancas europeas, aplicando a Europa los procedimientos colonialistas sólo permitidos, y desde hacía mucho, contra los pueblos de color? ¿ Quién sino la Europa luminosa y humanista de Zweig llevaba años manchada?

Mi sensación es que la visión de Zweig, atractiva y nostálgica como es, resulta demasiado benévola con su querida Europa. Confió, tuvo esperanza y juzgó a cada cual por lo mejor que podía ofrecer. Pero la realidad le pasó por encima.

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